En 1928, el investigador Alexander Fleming descubrió la penicilina, un acontecimiento que cambiaría el curso de la historia de la Medicina. Este hallazgo inició la revolución en la investigación de los antibióticos, que junto a otros muchos medicamentos hoy día nos ayudan a protegernos o combatir enfermedades. En gran parte gracias a ellos se ha incrementado notoriamente en este último siglo la esperanza de vida de la humanidad.
Pero el hombre habita en la Tierra desde hace millones de años y el descubrimiento de los antibióticos es relativamente reciente. Durante siglos muchas personas han utilizado alimentos y hierbas para curar enfermedades y aliviar los numerosos problemas médicos menores. La tendencia a buscar soluciones más naturales para nuestros problemas de salud y nutrición ha llevado a los científicos a profundizar más en los mecanismos que favorecen la curación con el uso de ciertas plantas, creando una amplia gama de aplicaciones de sus descubrimientos.
Una de las más interesantes en estudio hoy en día son las propiedades antibacterianas de ciertas plantas y hierbas, así como las que se utilizan contra hongos o mordeduras y picaduras de animales. Es ahora también cuando estamos empezando a aprender cómo obtener esos principios activos directamente de los alimentos o de la planta para nuestro beneficio. Aquí os dejamos una la lista de 5 alimentos y hierbas que tienen magníficas características antibacterianas o nos ayudan a luchar naturalmente contra enfermedades y que podemos aprovechar además para la conservación o preparación de alimentos:
Equinácea
La equinácea es una planta medicinal nativa americana llamada así por las escalas espinosas en su gran cabeza que se asemeja a las espinas de un erizo enojado (echinos es griego para el erizo). Comprende 23 especies aunque sólo 10 de ellas están aceptadas para consumo humano. De estos diez tipos, las tres variedades cuyo consumo está más extendido dentro del ámbito de la fitoterpia son Pallida, Angustifolia y Purpúrea, considerada esta última como la más efectiva. Los arqueólogos han encontrado pruebas de que los nativos americanos pueden haber utilizado la equinácea durante más de 400 años para el tratamiento de infecciones y heridas.
Aunque esta hierba fue muy popular durante los siglos 18 y 19, su uso comenzó a declinar en los Estados Unidos después de la introducción de los antibióticos. Pero los preparados de Echinacea se han vuelto a hacer populares a lo largo del siglo 20, de hecho, la mayor parte de la investigación científica sobre la equinácea se ha llevado a cabo en Alemania. Estas investigaciones han mostrado que la Echinacea contiene componentes antibacterianos naturales capaces de activar nuestro sistema inmunológico y acortar el tiempo de infecciones, aliviar el dolor, reducir la inflamación, y también actividades hormonales, antivirales y efectos antioxidantes. Se recomienda su uso para la prevención y el tratamiento coadyuvante de infecciones del tracto urinario, candidiasis vaginal infecciones (candida), infecciones del oído (también conocidas como otitis media), pie de atleta, sinusitis, fiebre del heno (también llamada rinitis alérgica). Además, la equinácea es rica en fibra, vitaminas del grupo C y B (como la riboflavina) y en betacarotenos, así como en minerales como hierro, sodio, magnesio y calcio.
Estudios preliminares en el laboratorio sugieren la equinácea puede ayudar a inhibir los tumores de colon cuando se combina con ácido cichórico. Un estudio incluso sugiere que el extracto de equinácea ejerce una acción antiviral sobre el desarrollo de las úlceras bucales recurrentes provocadas por el virus del herpes simple (HSVI) cuando se toma antes de la infección. Por vía tópica, puede ser utilizado en infecciones de la piel como la psoriasis y quemaduras solares. Aunque hacen falta aún muchos estudios que demuestren el mecanismo de acción de los compuestos activos identificados, la biodisponibilidad, potencia relativa, o efectos sinérgicos de estos compuestos, puedes ver referencias a estas investigaciones en la publicación del Medical Center de la Universidad de Maryland desde este enlace así como este estudio donde se habla de esta planta como una de las más prometedoras como antimicrobiano natural.
Miel
El consumo de miel se remonta a 10.000 años a. de C. Hipócrates, considerado el padre de la medicina, la usaba para sanar diversas afecciones de la piel; también la utilizaban los egipcios para curar heridas, quemaduras, embalsamar los cuerpos y como parte de los alimentos que el difunto llevaba en su viaje al más allá.
Dependiendo de la variedad de las flores y del tipo de colmena, la miel ofrece más de sesenta sustancias beneficiosas diferentes: azúcares (glucosa y fructosa), ácidos orgánicos (cítrico, láctico, fosfórico…), vitaminas (C, B1, B2, B3, B5), ácido fólico, minerales (fósforo, calcio, magnesio, silicio, hierro, manganeso, yodo, zinc, oro y plata), aminoácidos esenciales, esteroles, fosfolipidos, falvonoides, polifenoles y enzimas. Considerada un edulcorante más saludable que el azúcar, en cantidades moderadas (unos 10 gramos/día), se recomienda su consumo a quienes realizan una dieta de adelgazamiento, puesto que una cucharada de miel diaria añadida a la leche, queso fresco o yogur aporta grandes beneficios para la salud.
Además de su potencial nutritivo, la miel tiene fuertes propiedades antibacterianas y por sí misma puede muchos años si es conservada correctamente. Tiene además unas extraordinarias propiedades para la piel y el cabello. Irritaciones y quemaduras menores pueden ser también tratados con miel diluida en un poco de agua caliente. Añadiéndola al té o extendiéndola sobre una tostada es una de las formas en que las personas con alergias estacionales pueden defenderse, especialmente si la miel es local ya que el polen que afectará a la nariz y el pecho estará en la miel construyéndose gradualmente una mayor resistencia a la misma. Aunque la comunidad médica ha discrepado mucho sobre esta alternativa a los antihistamínimos y vacunaciones habituales y no se recomienda su uso en caso de personas con una elevada sesibilidad al polen para evitar reacciones, un estudio realizado en el año 2013 demostró que (Ver estudio) la ingestión de miel mejoraba los síntomas generales de individuos con rinitis alérgica y que podría servir como una terapia complementaria.
Naranjas
Los propiedades de esta fruta tan conocida en la dieta mediterránea son ampliamente reconocidos. Originaria de la India y el sureste de China, fue en el siglo XV cuando los portugueses introdujeran las variedades dulces traídas de la India en nuestro país. Durante los siglos XV y XVI, los navegantes españoles, portugueses, árabes y holandeses plantaron naranjos a lo largo de las rutas comerciales para prevenir el escorbuto ayudando de esta manera a la difusión del cultivo de esta codiciada fruta por el mundo.
Tradicionalmente se conoce la naranja en relación a su contenido de vitamina C, relacionándola con la prevención de catarros y resfriados especialmente durante el invierno. La vitamina C actúa como un potente antioxidante para mantener el estado reducido de los iones, hierro y cobre, tiene un papel importante en la síntesis de colágeno, en la cicatrización de las heridas, en la función inmune y en la síntesis de neurotransmisores, potencia la absorción intestinal de hierro no ligado al grupo Hemo (hierro de los alimentos de origen vegetal), interviene en la formación del tejido conjuntivo y en la regulación de la resistencia capilar y ósea, protege las mucosas, reduce la susceptibilidad a infecciones, evita la aparición de la enfermedad del escorbuto. La FEC recuerda que es recomendable ingerir 60 mg de vitamina C al día en el caso de los adultos y ente 20 y 60 mg en el caso de los niños. Además, son una extraordinaria fuente de fibra la cual ayuda naturalmente a regular la función intestinal, mejora los niveles de glucosa y los perfiles de lípidos en la sangre, además produce un efecto saciante que contribuye al control del peso. Estudios relacionan su consumo con la prevención de enfermedades cardiovasculares, la obesidad, la hipertensión, entre otras patologías e investigaciones recientes aparecidas en Stroke, publicación de la Asociación Américana del Corazón asocian su consumo con la reducción del riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular ej. ictus (Ver estudio)
Actualmente la naranja, y los cítricos en general, han despertado gran interés en la comunidad investigadora debido a su riqueza en vitamina C y flavonoides. Diversas investigaciones han demostrado que el consumo de zumo de naranja puede contribuir a combatir la inflamación silenciosa y el estrés oxidativo producido por una mala alimentación, ayudándonos a prevenir el "sindrome metabólico” que incluye sobrepeso, obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares, algunos tipos de cáncer, el hígado graso y ciertas patologías del aparato reproductor femenino.
Además, investigadores británicos y alemanes han descubierto que aquellas personas que poseen un nivel más elevado de vitamina C en el plasma presentan menos factores de riesgo cardiovascular y además tienen un 9% menos de probabilidad de sufrir insuficiencia cardiaca (Ver estudio).
Ajo
El ajo es apodado como la penicilina rusa por su amplio uso como un agente antimicrobiano tópico y sistémico y es es comúnmente utilizado en muchas culturas. Los antiguos egipcios utilizaron el ajo para tratar la diarrea y su poder médico se ha encontrado descrito en paredes de templos antiguos y en un papiro que data del año 1500 antes de cristo. Fue utilizado por los médicos griegos Hipócrates y Galeno para el tratamiento de enfermedades intestinales y extra-intestinales. En las antiguas civilizaciones japonesa y china se usa desde antiguo para tratar el dolor de cabeza, gripe, dolor de garganta y fiebre. En África, en particular en Nigeria es utilizado para tratar el malestar abdominal, diarrea, otitis media e infecciones del tracto respiratorio. En Europa y en la India se conoce su uso para tratar el resfriado común, fiebre del heno y asma.
Hoy en día, investigadores de diversas disciplinas trabajan en el demostrar propiedades medicinales del ajo para la salud humana y nutricionales. Es fuente natural de varias enzimas, minerales (germanio, calcio, cobre, hierro, potasio, magnesio, selenio y zinc) vitaminas A, B1 y C, fibra, 17 aminoácidos y alicina un compuesto responsable del distintivo olor del ajo y de muchas de sus propiedades beneficiosas.
Los extractos de ajo tienen actividad antimicrobiana frente a multitud de bacterias, hongos y virus. Su elevada concentración de compuestos de azufre son responsables de muchos de sus efectos medicinales y otros componentes químicos de ajo también se han investigado para el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, la diabetes, la presión arterial, la aterosclerosis y la hiperlipidemia. Es además una buena fuente de vitamina C lo que le confiere efectos como los comentados anteriormente para la naranja que se adicionan a sus propiedades preventivas contra enfermedades cardiovasculares.
Contiene además antioxidantes que pueden ayudar a prevenir el Alzheimer, la demencia y los procesos de envejecimiento que causa la oxidación.
En gastronomía es apreciado por el sabor característico que aporta a los platos pero su acción antibacteriana hace que se esté utilizando como coadyuvante de la conservación de platos preparados y alimentos.
Aunque siguen haciendo falta más estudios para dilucidar los mecanismos fisiopatológicos de la acción de ajo, así como su eficacia y seguridad en el tratamiento de diversas enfermedades, puedes ver desde este enlace una revisión bastante reciente de las investigaciones sobre las propiedades saludables que aporta el ajo en nuestra alimentación y desde aquí otra del 2013.
Raíz de jengibre
Utilizado en la mayoría de las hierbas medicinales orientales, el jengibre es una planta aromática que ha sido la protagonista de numerosos estudios científicos gracias principalmente a los efectos antiinflamatorios naturales que le aporta su contenido en gingeroles. Se ha utilizado durante miles de años para el tratamiento de numerosas dolencias, tales como resfriados, náuseas, artritis, migrañas e hipertensión, teniendo constancia de su cultivo en India y China desde hace 5000 años.
Es rico en aceites esenciales, vitaminas (complejo B y C), minerales (calcio, fósforo, aluminio y cromo) y aminoácidos. La raíz de jengibre contiene un nivel muy alto (3,85 mmol / 100 g) de antioxidantes totales, cantidad sólo superada por la granada y algunos tipos de bayas, tiene enzimas como la proteasa y el zingibaina, y fito nutrientes como los flavonoides o los carotenos.
En los últimos años, el interés por el jengibre o sus diversos componentes como agentes preventivos o terapéuticos válidos se ha incrementado notablemente, y los estudios científicos que se centran en la verificación de las acciones farmacológicas y fisiológicas de jengibre ha crecido paralelamente. Desde este enlace se puede acceder a una extensísima revisión de las propiedades del jengibre como antioxidante, agente anti-inflamatorio, compuesto anti náuseas, y agente contra el cáncer, así como un posible el efecto protector de jengibre contra otras enfermedades como demencia, colesterol, daibetes, etc.
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